miércoles, 26 de diciembre de 2007

Informes de conciencia

INFORME DE CONCIENCIA DEL OPUS DEI SOBRE UN NUMERARIO

[Publcado originalmente en opuslibros.org]

Ref. 733/04 [...] 18/04

  1. El cumplimiento de las normas del plan de vida, no siempre es completo y con detenimiento. Es frecuente que deje algunas para última hora e incluso que no las haga.
  2. La temática en las charlas, la mayoría de las veces, versa sobre su perseverancia; pareciera que desea encontrar una excusa que lo tranquilice, para abandonar la vocación. Del ca de este año, regresó con la idea de darse como plazo el presente año, para determinar si continúa o no en la Obra. En cada ocasión se le ha animado a que sea valiente, pida luces y fortaleza para que vea que el planteamiento que debe hacerse, es distinto ahora, de cuando escribió la carta. También se le ha dicho que no parece lo más acertado poner plazos, que todo en esta vida cuesta esfuerzo, que no idealice el matrimonio; que los casados también tienen problemas, como él lo tiene comprobado por la labor que atiende en [...].
  3. En inconstante, muy inestable, casi un poco infantil. Poco mortificado en los gustos, un poco inmaduro. Desde luego no es muy obediente. Se le han dicho estas cosas, puntualizando.
  4. Continúa con los problemas contra la Santa Pureza. No rara vez se va al cine, lógicamente sin decirlo antes. Tampoco ha superado dejar de consultar cosas inconvenientes en Internet. Está poco en la vida de familia; esto ha sido desde que llegó a este ctr. El auto que se le facilitó para la labor de [...], tenía como finalidad, también, que viniera a comer a la casa, prácticamente todos los días, y tampoco ha sido así.
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sábado, 14 de abril de 2007

La inocencia de los dirigentes del Opus Dei

Publicado por Jacinto Choza, el 29 de diciembre de 2006 en Opuslibros





1.- El principio de la buena fe. 2.- La inmunidad de la inocencia. 3.- La conciencia invenciblemente errónea. 4.- Kruschev y Juan XXIII. 5.- Apéndice. Carta de Escrivá a Franco de 23 de mayo de 1958.





Después de leer el estudio de Oráculo La libertad de las conciencias en el Opus Dei y el Decreto Quemadmodum de Leon XIII de 17-XII-1890 que incluye como apéndice, me gustaría añadir algunas observaciones en apoyo de sus objetivos y los de la web.



Para empezar, y en primer lugar, quiero dar las gracias a Oráculo por sus escritos, y a Agustina por haber hecho posible toda esta cadena de eventos. La primera vez que envié una carta a la web, respondiendo a una especie de interpelación de Tlin hace dos años o algo así, no imaginaba que este foro adquiriría tales dimensiones ni alcanzaría la repercusión que ha alcanzado.



Empecé a mandar escritos firmados con mi nombre porque todos los participantes me parecían demasiado jóvenes y demasiado inexpertos en relación con lo que yo había vivido y conocido de la institución, porque me parecían como ovejas sin pastor, y porque sentía, quizá arrogantemente, que con mis años y experiencia podía darles algún cobijo y consuelo. Pero pronto cambié de parecer. Entendí que un corazón humano, que muestra sus heridas sin alardes mientras que brinda y pide ayuda, es una cátedra donde hay más sabiduría que en los textos académicamente mejor construidos. Pero además, se ha ido incorporando a la web tanta gente, con tanta experiencia, tanto saber y tanto criterio, que he aprendido y he recibido yo más ayuda de lo que pensaba, y más análisis académicamente elaborados de lo que esperaba, para orientarme también yo mismo en mi momento histórico y en mi contexto eclesial, social y político. Y por eso quiero daros las gracias a todos, de todo corazón, desde Agustina hasta Oráculo, por todo lo que me habéis ayudado.



En segundo lugar, paso ya a las observaciones que quiero hacer, y que se dirigen todas a responder a esta pregunta: ¿Cómo es posible que habiendo vivido en la Obra tanta gente tan buena, tantos juristas y canonistas tan excepcionales, especialmente en los primeros tiempos, y tantos directivos tan capaces, haya llegado la institución a una situación como la que Antonio Ruiz Retegui describe en términos de estructura de pecado y Oráculo en términos de anulación de la libertad de las conciencias, en contradicción con las directrices más claras de la misma Iglesia sobre esos extremos?





1.- El principio de la buena fe.



Hablando un día con Raimundo Panikkar sobre el hecho de que no se hubieran dado cuenta de los derroteros que en los comienzos iba tomando la Obra, me comentó que entonces nadie sabía lo que podía ser aquello, ni había nada que pudiera percibirse como sospechoso ni como desviación. Había un proyecto ilusionante, transmitido boca a boca por unos amigos inquietos e idealistas a otros, sin motivo alguno para la desconfianza. La amistad y lo atractivo de la idea eran suficiente garantía: la santificación en medio del mundo, en el trabajo cotidiano. Esa era la situación recién terminada la guerra civil española.

La fe de todos les mantenía plenamente ajenos al proceso de institucionalización y al sesgo absolutista que el Opus Dei iba tomando, confiados en que se trataba de encontrar un cauce jurídico completamente nuevo. Y, ciertamente, eso vale también para la buena fe del propio Escrivá. Porque mientras él buscaba ese cauce jurídico del todo nuevo, construía la estructura administrativa de forma que resultara un sistema prácticamente perfecto para él, es decir, inexpugnable.



No hay disponibles estudios sobre la psicología de Escrivá, su carácter, sus inclinaciones políticas, teológicas y sociales, ni sobre el impacto que la formación religiosa que se impartía en los seminarios españoles durante los años 20 pudo causar en un carácter así. Tampoco los hay sobre el contexto religioso y cultural del propio carisma fundacional del Opus Dei en los años 20. Hay estudios de José Andrés Gallego en los que se menciona la relación entre el carisma del Opus Dei y la Institución Libre de Enseñanza[1], y estudios sobre la Institución Libre de Enseñanza de Vicente Cacho, que, durante toda su vida como numerario, se fue refugiando cada vez más en la Institución a medida que la Obra se burocratizaba, en los que se puede percibir la analogía[2]. De singular interés serían los estudios de la relación entre el carisma del Opus Dei y la obra del aragonés Joaquín Costa, pero tampoco existen por el momento.



Comoquiera que sea, Escrivá parece haber sido un hombre de corte aristocrático, de la burguesía aragonesa del XIX, autoritario, de temperamento más bien colérico, y con tendencia al absolutismo, como, por lo demás, lo había sido Pio XII.. A eso se añadieron unas dotes excepcionales en cuanto a instinto de poder, a capacidad de gestión y organización, a seguridad de conciencia, a capacidad de trabajo y a sensibilidad religiosa, que arrojan el conjunto de factores que favorecen la constitución de un cierto carácter fundamentalista. Hacían falta aún algunas circunstancias socio-históricas para que ese carácter se consolidara, y éstas fueron la guerra civil española, por una parte, y el concilio Vaticano II, por otra.



En efecto, la guerra española podía ser vivida como una cruzada, y algunos la vivieron así. Pero una cruzada es lo que muchos predicadores, canonizados o no, han preconizado. Cruzadas muy cruentas, como las predicadas por Pedro Ermitaño para la conquista de tierra santa, cruzadas menos cruentas, como las promovidas por la predicación de Bernardo de Claraval contra los albigenses y en apoyo de la fundación de los templarios, o cruzadas incruentas, como las de San Pio X contra el modernismo y la del propio Escrivá contra el modernismo también y contra quienes pretendían lo que él consideraba la destrucción de la iglesia.



La guerra civil española, y más aún la posguerra, le podían haber hecho sentir la necesidad de poner en marcha una segunda edición de la orden de los caballeros templarios, pero adecuada a su tiempo. Mientras el general Franco y Pio XII rigieron los destinos de España y de la Iglesia, Escrivá podía permitirse proclamaciones verbales de libertad que contrastaban con la firmeza con que ambos mandatarios ejercían su autoridad (y que también era propia del talante de Escrivá).



Bajo esa protección él podía ir desarrollando los escritos de los años 30 y 40, esos que fueron retirados de la circulación tras su muerte, en los que son muy perceptibles las analogías con otros movimientos laicales, religiosos o no, como la Institución o las teresianas del padre Poveda. En ese periodo el Opus Dei se pudo desarrollar en España sin especiales problemas, y sin que nada resultara especialmente alarmante, a pesar de que en su estructura y funcionamiento se perfilaba ya su carácter hermético, elitista, rigorista y extremadamente mesiánico.



A partir de los 50 las cosas cambiaron. Entonces empezó a resultar sospechoso Panikkar, que fue ‘retirado’ de su puesto de capellán en la residencia de la Moncloa de Madrid y trasladado a Valladolid, y, poco después, a la India, con el encargo de iniciar la labor del Opus Dei en aquellas tierras. Por esa fecha Panikkar tenía buenas relaciones con los teólogos centro-europeos que desarrollarían las doctrinas del Vaticano II. Y también por esa fecha Juan XXIII, que había sustituido a Pio XII, iniciaba sus primeros tanteos ecuménicos y de acercamiento a los comunistas italianos.



Para Escrivá ese acercamiento era peor que la revuelta de los albigenses y de los modernistas, y todo ello se agravó con la llegada al pontificado de Paulo VI, cuya figura le resultaba especialmente inaceptable o, al menos, incompatible con sus expectativas eclesiales. Ahora el mal era propiciado “desde dentro de la iglesia y desde muy arriba”, como le oíamos decir los que convivimos con él en Roma a partir de entonces [3].



Había una gran clave de legitimación de sus posiciones ante sí mismo y ante los demás, que era el sufrimiento. La discrepancia de la realidad respecto de las expectativas que uno tiene es la causa fundamental de la decepción, la tristeza, la ira y el sufrimiento. Dado que las expectativas religiosas de Escrivá estaban compulsivamente espoleadas por su seguridad de conciencia, su hermetismo, su carácter colérico, su elitismo aristocrático y su absolutismo, el sufrimiento se elevaba hasta cotas muy altas, legitimando más aún sus pretensiones. El sufrimiento garantiza que uno no quiere nada para sí, y que, por tanto, uno entrega su vida de un modo desinteresado por una causa que, además, no es de uno, sino de Dios mismo. La identificación con Cristo en la cruz puede resultar ahora completa, y eso confirma más aún la legitimidad de lo que se pretende y se hace, ante uno mismo y ante los demás.



Situaciones psicológicas de ese tipo han sido muy bien descritas en la literatura. En primer lugar por Benito Pérez Galdós en la novela Doña Perfecta, y luego por François Mauriac en La farisea. Y han sido muy bien analizadas por la filosofía y la psicología moral en obras que van desde las Máximas de La Rochefoucault hasta La genealogía de la moral de Nietzsche y El resentimiento en la moral, de Max Scheler.



No estoy sosteniendo de ninguna manera que Escrivá fuera un farsante o un hipócrita. Nada de eso. Sugiero el modo en que su temperamento podía estar tendiéndole la gran trampa a él mismo (y a los demás) mientras que, con una aguda sensibilidad religiosa, desarrollaba un carisma de cuyo carácter divino no hay motivos para dudar. Ese es precisamente el carisma cuya historia queda recogida en el libro de A. de Fuenmayor, V. Gómez Iglesias y J.L. Illanes, El itinerario jurídico del Opus Del. Historia y defensa de un carisma, Eunsa, Pamplona, 1990.



Cuando a comienzos de los 60 el concilio Vaticano II permitió aflorar la multitud de tendencias que permanecían contenidas en la iglesia, entonces el carisma quedó ya completamente olvidado y sepultado por la alarma ante el caos de la iglesia y Escrivá se dedicó, y dedicó su “Obra de Dios” por completo, a salvar a la Iglesia, independientemente de que quisiera o necesitara ser salvada. Si hubiera algo que reprochar en esa actitud y en ese comportamiento sería la desesperación respecto de la iglesia y la desesperación respecto de Dios mismo, como sí la Iglesia, más que de Dios, fuese del propio Escrivá. La disciplina interna del Opus Dei se endureció cada vez más y del carisma sólo quedó como recuerdo su Historia y defensa. Una defensa póstuma, porque ya había sido sepultado.





2.- La inmunidad de la inocencia.



Volvamos a las preguntas iniciales. ¿cómo es que no se dieron cuenta del sesgo que iba tomando la institución los intelectuales que trabajaban en ella y los dirigentes que la gobernaban? La respuesta es que los intelectuales sí se daban cuenta. La escuela española de derecho canónico, creada y desarrollada por Pedro Lombardía y Javier Hervada, podía percibir el mencionado sesgo, aunque seguramente no sospechaban el alcance que podía llegar a tener. A veces Pedro Lombardía hacía alusiones a las actitudes excesivamente conservadoras de la institución, que le granjeaban la reputación de “progre” y la antipatía de los más leales seguidores del fundador, que era el cien por cien. Los de talante e ideología más liberales, aquellos a los que su posición económica y profesional se lo permitía, se iban acomodando en formas de vida más alejadas del control institucional, con más dispensas de controles.



Los intelectuales eran acallados con medidas disciplinares (no es oportuno mencionar nombres de personas que todavía viven) y, en no pocos casos, apartados de sus tareas profesionales. Las medidas disciplinares eran aplicadas por los dirigentes, y los dirigentes eran personas que, más que por su sensibilidad intelectual, destacaban por sus dotes de organización, gestión, eficacia y lealtad. No es que no estuvieran bien dotados intelectualmente, pero su talante intelectual era más bien de ingenieros que de humanistas (y probablemente su procedencia curricular se corresponde con esta filiación).



Los dirigentes, una vez iniciada su andadura como tales, se convertían en personas especialmente incapacitadas para percibir las desviaciones rigoristas del Opus Dei. En primer lugar porque la mayoría de ellos no eran intelectuales. Y en segundo lugar porque su entrega a la tarea de salvar a la Iglesia construyendo el sistema administrativo les impedía percibir los daños ocasionados entre los fieles por dicha tarea constructiva.



Esta aparente paradoja puede ilustrarse bien con algún ejemplo. A un rector y a un claustro de universidad, lo que menos le preocupa son los estudiantes. Los estudiantes les pueden preocupar a los profesores. Pero al rector le preocupa mucho más las subvenciones oficiales para pagar las nóminas, el sistema de provisión de plazas, la dotación y descubiertos de la plantilla, los premios y recursos obtenidos por los investigadores... Si es que no le preocupa más su propio poder en el ayuntamiento de la ciudad, en el consejo de rectores, en el ministerio de educación, etc. En una institución eclesiástica pasa lo mismo.



Ya Hegel en su Filosofía real, primero, y en la Filosofía del derecho, después, observa que la mentalidad de los comerciantes es muy ajena a las dificultades reales de los campesinos que producen los bienes con los que se comercia, y mucho más aún la de los profesionales de las finanzas, que por tratar solo con dinero se caracterizan por “la dureza de corazón”[4]. A eso hay que añadir las observaciones de Weber sobre la transformación del líder carismático en funcionario o las de Alberoni sobre la institucionalización[5], para tener una explicación más completa de porqué los dirigentes no perciben, por regla general, la situación real y los problemas de los administrados.



Esa ceguera de los dirigentes se intenta corregir, en los regímenes democráticos, con las observaciones de la oposición, y en algunas organizaciones empresariales, con una o varias personas que cumplen precisamente esa misma función[6]. Pero nada parecido a eso fue viable en el Opus Dei.



La percepción del caos global en la década de los 60 y del eclesial durante el Vaticano II, la percepción de los sufrimientos del líder carismático en todo momento, la solidaridad y camaradería con los que se acogían a la nueva Arca de Noé (como el fundador llamaba a veces al Opus Dei) especialmente en España, la percepción de España como “la reserva espiritual de occidente”, y el efecto de unidad y fusión de las conciencias descrito por Durkheim[7], determinaba que los directores, especialmente extraídos entre hombres eficaces y de gestión, siempre estuvieran más de parte del aparato que de los administrados.



Pero su dificultad para percibir el daño ocasionado a los fieles provenía sobre todo de la buena fe de ellos mismos como dirigentes. En efecto, si ellos habían renunciado a tantas cosas y se habían consagrado en cuerpo y alma al bien de los fieles mediante el gobierno de la institución, mediante la constitución y puesta en funcionamiento del aparato, ¿cómo iba a resultar su gestión precisamente un perjuicio para esos fieles?, ¿cómo no iba a ser bueno para los fieles todo el desvelo, la dedicación y los sufrimientos de ellos? Si los fieles se quejaban era, evidentemente, por su deficiencia moral y su incapacidad para identificarse con el espíritu (que quedaba expresado en el aparato y la administración del sistema).



Nunca, ni siquiera después de abandonar la institución, los que han sido dirigentes han puesto en duda la buena voluntad de todos ellos. Y no la pueden poner porque esa buena voluntad no ha faltado jamás. Lo que han percibido y comprendido antes, y siguen percibiendo y comprendiendo ahora, es que gobernar esa institución resulta muy difícil, que gobernar para hacer santos a los demás es muy difícil, y que todo el desvelo dedicado a ello es poco.



La buena fe de los dirigentes ha sido siempre tal que la situación de ellos respecto del daño causado a los fieles por su propia gestión es estrictamente la de la más completa inocencia. Y ahora hay que aclarar un poco las características de la inocencia.



Inocentes son los niños porque no conocen el mal. Y en esa misma línea, inocentes son también los cocodrilos que devoran a un cebú o los leones que se comen a una impala. Los documentales que los presentan muestran una mirada de completa indiferencia e incluso de gozo mientras satisfacen su hambre, sin advertencia ni recuerdo alguno de lo que puede haber sido el sufrimiento de sus víctimas. Eso es la inocencia, algo que hace frontera con la crueldad y que a veces resulta indiscernible de ella.



La inocencia, como la describieron y analizaron primero Hegel y después Kierkegaard, es la mera y crasa ignorancia del mal, y, como también señaló Hegel, ni es virtud ni tiene nada que ver con la virtud. Es ceguera[8].



¿Es ese el caso de los dirigentes del Opus Dei y del propio Escrivá? Lo más probable es que sí. Por eso les resulta completamente imposible aceptar ninguna culpa, ni enmiendas parciales de cierta envergadura y mucho más enmiendas a la totalidad de su gestión. No pueden estar equivocados porque si estuviesen equivocados habrían malversado por completo sus vidas, no solo ellos, sino miles de personas, y ellos no estarían ahí. No existiría ni ellos, ni el “ahí”. Esa incapacidad de admitir que se equivocaban es lo que podía impedir a muchos franquistas (y la mayoría de los que se incorporaban al Opus Dei en España eran franquistas) tomarse en serio la conveniencia de cambios radicales, y lo que podía impedir a algunos nazis la determinación de abandonar el partido[9].



Esa inocencia es la que hace posible y pensable resultados como el descrito por Antonio Ruiz Retegui en Lo teologal y lo institucional, y en la Collatio sobre las estructuras de pecado, por Oráculo en La libertad de las conciencias en el Opus Dei, y es la que hace posible que los dirigentes, muchos fieles de la prelatura e incluso un cierto número de los que abandonaron la institución habiendo ocupado cargos directivos, perciban el resentimiento y la mala fe como única motivación posible para los que escriben en la web opuslibros.org. Es el mismo mecanismo por el cual, la única posibilidad para explicar la conducta de los que se opusieron a Franco en la guerra civil y después de ella es el resentimiento y la mala fe. Como si no pudiese haber verdad y razón de ningún tipo en el resentimiento y en la enemistad. Eso hace imposible cualquier diálogo entre la institución y los disidentes.



Se pueden señalar excepciones a esta ceguera generalizada, desde luego, pero son poco relevantes en la marcha de la institución. Cuando a comienzos de los 70 se reunieron en Munich los representantes de los diferentes partidos políticos españoles, para preparar una plataforma democrática con vistas a la transición tras la previsible muerte de Franco, Rafael Calvo Serer, que militaba en las filas del liberalismo y que era numerario del Opus Dei, participó en lo que se llamó entonces “El contubernio de Munich” junto con Santiago Carrillo y otros líderes políticos. Semejante participación provocó tal escándalo en el por entonces “instituto secular”, que hubo que explicar ad intra que semejante participación se debía a ciertos trastornos provocados por la vejez y los fantasmas del pasado. Para la mayoría de los miembros del Opus Dei no era posible aceptar ni pensar una cierta transición democrática ni en España, ni en la Iglesia del Vaticano II ni, mucho menos, en el Opus Dei.



Había más casos como el de Rafael Calvo, pero igualmente marginados e irrelevantes para la marcha de la institución. Dentro de ella, podían encontrarse personalidades con esa sensibilidad entre los vascos, acostumbrados durante décadas a la opresión por parte de la autoridad legítima, y, por tanto, capaces de admitir en sus esquemas mentales que la autoridad legítima puede no estar siempre en lo cierto y puede a veces no tener razón. Pero también esos vascos eran igualmente marginales.





3.- La conciencia invenciblemente errónea.



Estrabón, en el libro III de la Geografía, cuenta que entre los iberos se daba un tipo de vinculación de los integrantes de unas tribus con sus jefes en virtud de la cual se juraba una lealtad que llevaba a la muerte antes que al abandono del jefe. Los romanos le dieron a esa institución el nombre de devotio iberica , no porque no existieran instituciones semejantes en otros lugares y en otras tribus, sino porque estaba muy bien perfilada la que encontraron entre los iberos (término que en este caso incluye a los celtas y a los lusitanos). Esa manera de seguir al jefe hasta la muerte, se encuentra también entre las viudas indonesias de Java y de Bali, que se inmolan en los funerales del esposo difunto con una serenidad que llena de escalofrío a los antropólogos que describen el evento.



Quizá hay una tendencia particularmente intensa a los vínculos de lealtad entre los españoles. Quizá tienen una tendencia particular al fanatismo. Quizá había entre ellos una tradición de más de cien años de guerras civiles contra las libertades de la revolución francesa y a favor del estado confesional. Quizá el lema “Dios, patria, fueros, rey” con el que los tradicionalista combatieron a los liberales impregnaba el carácter de los españoles. Y quizá por ese carácter nacional o por esa tradición, esa es la mentalidad que dominó entre los seguidores de Escrivá y de Franco a partir de 1940, y entre los de Escrivá a partir de su muerte en 1975.



A partir de la muerte de Escrivá en 1975, la mitificación del fundador, iniciada por él mismo en los términos señalados, cobra un nuevo impulso con la producción hagiográfica generada por la institución.



Quienes conocen los problemas surgidos en los años posteriores a la muerte de San Francisco de Asís, saben hasta qué punto la vida real de Francisco quedó falseada por los mitologemas que espontáneamente se adhirieron a sus descripciones históricas. Algo parecido, pero en menor escala, a lo que sucedió con la proliferación de evangelios apócrifos después de la muerte de Jesús. Las historias del santo de Asís quedaron recogidas en la biografía que escribió Celano, y todo ello llegó a ser tan escandaloso que el capítulo general tuvo que tomar medidas, desautorizar la biografía de Celano, y encomendar a una persona autorizada y respetable dentro de la orden la elaboración de una nueva y fiable biografía. Esa fue la que escribió San Buenaventura, y es de lo más instructivo la lectura comparativa de ambos textos[10].



Pues bien, más instructivo todavía resulta comparar la biografía de San Francisco de Asís de Celano con las biografías de Escrivá de Salvador Bernal, Vázquez de Prada y algunos otros, para ver hasta qué punto la hagiografía, en tanto que género literario, genera sus propios mitologemas para aplicarlos a los santos a los que ensalza. Porque el número de coincidencias entre los dichos, penitencias, vaticinios, tentaciones, ataques diabólicos, apoyo de los ángeles, locuciones sobrenaturales, etc. protagonizados por Francisco de Asís y Escrivá de Balaguer resulta sorprendente.



La mitologización de Escrivá tras su muerte por la hagiografía oficial, el aura que la muerte misma dispone en torno al difunto, y la exigencia de lealtad que genera en los herederos y continuadores, influye decisivamente en la adhesión al líder carismático y en el refuerzo de sus propuestas y consignas.



Pero además de las circunstancias históricas, sociológicas y mitologico-literarias mencionadas, hay otras circunstancias ascéticas y psicológicas que refuerzan esa absoluta y abnegada adhesión a la autoridad del fundador.



Una es el voto de castidad. El voto de castidad daba lugar entre los numerarios a un dicho que, en tono a veces de broma, tenía un sentido bastante real y profundo. Si uno ha renunciado al sexo, ¿para qué andarse en minucias respecto de otras cosas menos importantes?. Que podía entenderse también así: si uno renuncia al sexo, y le parece natural, ¿por qué no va a renunciar a ir al cine, a comprarse una moto o a la libertad de su conciencia, y por qué no va a parecerle a eso a uno igualmente natural? Pues claro que sí, para eso se entrega uno. Por aberrante que pueda parecerle esta actitud a un jurista o a una persona ajena a las lealtades de partidos, era una actitud nada infrecuente entre quienes vivían su entrega con auténtico heroísmo. Y ese era el caso entre muchos fieles de la prelatura.



Otra circunstancia que reforzaba la adhesión al fundador era la liturgia del poder. Además de un fuerte instinto de poder, Escrivá tenía una fina sensibilidad para los signos de poder, signos que tienen un despliegue especial en Roma y que los papas habían cultivado con esmero desde Maquiavelo y Julio II[11]. Esa sensibilidad para los signos del poder era tanto una sensibilidad para la liturgia religiosa como para la liturgia civil y administrativa. Una sensibilidad que llevaba a determinar los detalles más nimios referentes al culto y también los detalles más nimios en lo referente a la manera de vestir de los numerarios, modos de sentarse, de hablar, modos de reverenciar a los directores y de reconocer su autoridad, etc.



Escrivá generó para sí y para los dirigentes del Opus Dei toda una liturgia del poder religioso y civil, que en los años 60 contrastaba con el carácter campechano de Juan XXIII y con los modales democráticos de John F. Kennedy. Además era consciente de tal contraste, y mantenía su estilo hierático mientras censuraba con gestos y comentarios la democratización y el populismo de los modales, la suavización del protocolo y el tránsito al trato igualitario entre los dirigentes y los súbditos tanto en la vida civil como en la religiosa. Estaba muy convencido de que la disminución de los signos de autoridad debilitaría a la autoridad esencialmente.



Escrivá compartió siempre la posición del cardenal Ottaviani en el Vaticano II de que no se puede conceder al error los mismos derechos que a la verdad, y los dirigentes de la prelatura hasta ahora parecen compartir la misma tesis. Al menos eso es lo que parecen representar cuando salen a escenas, a saber, la verdad objetiva. Por eso los numerarios que aparecen en los medios de comunicación resultan tan envarados y artificiales.



Esa liturgia del poder es la que resulta de una eficacia completa a la hora de generar adhesión al fundador en la mayoría de los miembros de la prelatura. El principio lex orandi lex credendi, según se reza, así se cree, que los primeros padres de la Iglesia aplican a la liturgia como forma de generar y mantener la fe, es también aplicable al tipo de adhesión que los fieles de la prelatura prestaban al fundador.



Si sumamos los factores históricos con los sociológicos, los mitológico-literarios, los psicológicos y los ascéticos, resulta que los miembros de la prelatura se encontraban (y se encuentran) en una situación de conciencia invenciblemente cautiva como para poder tener un pensamiento libre, y de conciencia invenciblemente errónea como para poder pensar que las cosas pudieran ser de otro modo.



Y los dirigentes mucho más. La adhesión incondicional de los fieles de a pié favorecía unas prácticas de los dirigentes que reforzaban mucho más el expolio de los súbditos. Da escalofríos pensar la verdad que encierra la sentencia de Tácito: “la esclavitud degrada tanto a los hombres que llegan incluso hasta amarla”. Y los dirigentes se entregaban con todo su fervor religioso y toda su integridad moral a una tarea de formación y dirección de almas que incrementaba ese espolio, tarea tanto más difícil cuanto más imposible e inconveniente era de llevar a la práctica.



En efecto, la santidad en medio del mundo, según el espíritu del Opus Dei, resultaba tremendamente difícil de gestionar y tramitar porque había que tener en cuenta demasiados factores, demasiadas circunstancias, demasiadas diferencias culturales y de caracteres, demasiadas exigencias morales, litúrgicas, ascéticas, tantas... como si se pretendiera construir un mapa de la realidad a escala 1::1, al estilo de aquel personaje de Borges.



En efecto, eso era lo que se pretendía. Pero la tarea era tan ardua, que la entrega de los directores tenía que resultar para ellos mismos mucho más meritoria que la de los fieles corrientes. En primer lugar porque no era menor. Y en segundo lugar porque implicaba unas responsabilidades y, consiguientemente, unos sufrimientos de los que estaban eximidos quienes se encontraban a los pies de los caballos.



Esa entrega, esa responsabilidad y esos sufrimientos, les impedía por completo caer en la cuenta de que la santidad, ni en medio del mundo ni en ninguna otra circunstancias, puede ser el objeto de gobierno ni de funciones administrativas de nadie, como Antonio Ruiz Retegui no se cansaba de exponer en sus escritos. Su entrega y su dedicación a la tarea de promover la santidad de los demás les impedía percibir que estaban disecando vidas, “vampirizando” almas, cercenando el contacto de los fieles con la realidad, y generando unas condiciones altamente patológicas a las que sucumbían muchos. Todavía la entrega de los directores podía acentuarse aún más en su dedicación a los enfermos (cuando era el caso).



Todo eso, que era la esencia misma de su gestión y de su razón de ser como dirigentes, era también lo que ellos mismos no podían, y no pueden, cuestionar. La inocencia de los dirigentes determina en ellos una situación de conciencia invenciblemente errónea, o quizá, de conciencia insuperablemente ciega. Son inocentes, no tienen la menor conciencia del mal que causan. Por eso no pueden tener ninguna sensación ni sentimiento de culpa, y por eso no pueden experimentar la menor inclinación a pedir perdón por nada a nadie. Por eso también no pueden entender la conducta de los últimos papas pidiendo perdón por las equivocaciones y pecados de la Iglesia más que como recursos retóricos, gestos ante la galería, y, en cualquier caso, equivocaciones respecto a la indefectibilidad de la Iglesia.



En este sentido, y a pesar de todo, quizá los fieles corrientes de la prelatura tienen la cabeza un poco menos atrapada que los dirigentes, para cuestionarse la corrección del encauzamiento de su carisma y la sintonía de su propia institución con la Iglesia.





4.- Kruschev y Juan XXIII



Si en esta situación algunas personas pertenecientes a la prelatura, o ajenos a ella pero con responsabilidad de gobierno en la Iglesia, se propusieran algún tipo de reforma o rectificación real en la institución, el enfoque de la tarea le resultaría muy espinoso.



En los años 60, cuando estudiaba yo filosofía en la universidad complutense de Madrid, el profesor de Filosofía de la Naturaleza, don Roberto Saumells, a propósito de la empresa acometida por Krushev y Juan XXIII de reformar el partido comunista de la URSS y la Iglesia respectivamente, comentaba con su característico sentido del humor y su marcado acento catalán, que seguramente el papa Juan y el pobre Nikita Kruschev se mirarían a hurtadillas, aprendiendo cada uno del otro. Y el ruso pensaría que, si iniciaba unas reformas de cierta envergadura, los muchachos del Kremlim también se les casarían con las bailarinas del Bolshoi.



Nikita Krushev había llevado al XX Congreso del Partido Comunista de la URSS de 1956 el informe secreto sobre la situación del comunismo en el mundo contemporáneo, como Juan XXIII quería examinar la situación de la Iglesia en el mundo contemporáneo en el concilio convocado a tal efecto.



Krushev tuvo serios problemas con la difusión de su informe. El comunismo no aparecía ni era percibido como el sistema político salvador que haría felices a los hombres de un modo tan indubitable como todos ellos habían creído. El bien y la verdad podían darse al margen del partido, podían concebirse de otros modos. Entonces surgió la revuelta de Hungría, la emergencia del eurocomunismo, los inicios del diálogo entre cristianos, existencialistas y marxistas, a través de la Paulusgesselschaft y de otras instituciones generadas a tal efecto, las rebeliones de Checoslovaquia primero y Polonia después. Y probablemente el comienzo de esa perestroika interrumpida y obstaculizada, jugó su papel en la perestroika de Gorvachov que culminó con la caída del muro de 1986.



Juan XXIII tuvo también sus dificultades. Entre las tendencias libertarias y experimentales de la iglesia de Holanda por un lado, y las tendencias fundamentalistas de Monseñor Lefêvre en Francia, por otro, se abría todo el espectro de las posibilidades cismáticas. Si había bien y verdad fuera de la Iglesia, ¿para qué servía la Iglesia? Había que aprender a pensar el bien y la verdad en términos de libertad y no en términos de rígido monopolio. Había que aprender de los demás, de los creyentes de otros credos y también de los infieles.



Krushev y Juan XXIII tenían una sensibilidad de la que nadie parece dar muestras actualmente entre los dirigentes de la prelatura. Pueden retocar algunos de los escritos oficiales y de los privados, como se señala en el trabajo La libertad de las conciencias..., con vistas a la opinión pública eclesiástica y civil, pero no dan muestras de una finura como las de Krushev y Juan XXIII, que les permita una reflexión y una rectificación de la envergadura de la que ellos emprendieron. A partir de un momento ambos dirigentes llegaron a estar más preocupados por las personas que por el sistema y el aparato, y se decidieron. No fue el caso con Franco ni con Escrivá.



En el caso de Franco, las posibilidades de renovación emergieron con la desaparición del almirante Carrero Blanco y el impulso de los líderes democráticos. En el caso de Escrivá, no sucedió nada parecido. Ni desapareció Álvaro del Portillo ni hubo tendencias renovadoras por ninguna parte. En otros casos de instituciones eclesiásticas necesitadas de reformas, el Vaticano ha sustituido a un superior legítimo por un comisario que pudiera iniciar ciertas rectificaciones Esto último es arriesgado, porque no suele resultar tan bien como cuando la fuerza renovadora crece y se hace valer desde dentro, como tantas veces se ha puesto de manifiesto en el ámbito civil en las relaciones internacionales.



La pregunta inicial, ¿cómo es posible que la Obra haya llegado a una situación como la actual?, tiene una respuesta análoga a la pregunta sobre cómo fue posible que España permaneciera desde 1936 hasta 1975 en una situación de aislamiento y falta de libertad. Por eso quiero terminar reproduciendo una carta de Escrivá a Franco en la que, no obstante su brevedad, puede percibirse la analogía entre ambos dirigentes.





5.- Apéndice. Carta de Escrivá a Franco de 23 de mayo de 1958.



El juicio de un beato



Como testimonio del juicio que Franco merecía al hoy Beato Josémaría Escrivá de Balaguer, una de las figuras más eminentes de la Iglesia, reproducimos la carta fechada en Roma el 23 de mayo de 1958, cuya fotocopia en unión de otras inéditas del Beato, se conserva en el archivo de la Fundación Nacional Francisco Franco (Marqués de Urqúijo,10, 28008 Madrid), abierto a los investigadores.



Al Excmo. Sr. Don Francisco Franco Bahamonde, Jefe del EstadoEspañol.

Excelencia,



No quiero dejar de unir a las muchas felicitaciones que habría recibido, con motivo de la promulgación de los Principios Fundamentales, la mía personal más sincera.



La obligada ausencia de la Patria en servicio de Dios y de las almas, lejos de debilitar mi amor a España ha venido, si cabe, a acrecentarlo. Con la perspectiva que se adquiere en esta Roma Eterna he podido ver mejor que nunca la hermosura de esa hija predilecta de la Iglesia que es mi Patria de la que el Señor se ha servido en tantas ocasiones como instrumento para la defensa y propagación de la Santa Fe Católica en el mundo.



Aunque apartado de toda actividad política, no he podido por menos de alegrarme, como sacerdote y como español, de que la voz autorizada del Jefe del Estado proclame que “la Nación española considera como timbre de honor el acatamiento a la ley de Dios, según la doctrina de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, única verdadera y Fe inseparable de la conciencia nacional que inspirará su legislación”. En la fidelidad a la tradición católica de nuestro pueblo se encontrará siempre, junto con la bendición divina para las personas constituidas en autoridad, la mejor garantía de acierto en los actos de gobierno, y en la seguridad de una justa y duradera paz en el seno de la comunidad nacional.



Pido a Dios Nuestro Señor que colrne a Vuestra Excelencia de toda suerte de venturas y le depare gracia abundante en el desempeño de la alta misión que tiene confiada.



Reciba, Excelencia, el testimonio de mi consideración personal más distinguida con la seguridad de mis oraciones para toda su familia.



De Vuestra Excelencia affmo. in Domino

Josemaría Escrivá de Balaguer

Roma,23 de mayo de 1958.



El original de esta carta lo posee la hija del Generalísimo, Duquesa de Franco.

N. de la R. (Razón Española, enero-febrero, 2001, pp. 199-200)

[1] José Andrés Gallego, Los españoles entre la religión y la política. El franquismo y la democracia, Unión Editorial, Madrid, 1996. El autor tiene proyectados estudios más minuciosos sobre los movimientos espirituales en la España de comienzos del XX, pero no me consta que los haya publicado.

[2] La tradición liberal española: Homenaje a Vicente Cacho Viu, Fundación Albeniz, 2004. A falta de una biografía de Vicente Cacho Viú, el libro de homenaje que se editó tras su muerte contiene una información valiosa.





[3] He aludido a los motivos de discrepancia entre Paulo VI y Escrivá, pero sin mención explícita a Escrivá en Antonio Ruiz Retegui, pequeña biografía teológica. In memoriam. Thémata, 30, 2003, pp. 17 ss

[4] Cfr. G.W.F. Hegel, Filosofía Real, FCE, México, 1984, pag. 220. Filosofia del derecho, Edhasa, Barcelona, 1988, §§ 196-198.

[5] Cfr. Max Weber, El político y el científico, Alianza, Madrid, 1980. Cfr. Francesco Alberoni, Movimiento e institución, Editora Nacional, Madrid, 1984.

[6]Al parecer, esa fue la clave del éxito de algunas americanas, según quedó reflejado en uno de los best sellers de los años 80: Thomas J. Peters & Robert H. Waterman, Jr., In search of excellence, Warner Books, Ney York, 1984

[7] Cfr. E. Durkheim, El suicidio, Akal, Madrid, y La división del trabajo social, Akal, Madrid, . Me he referido a ese efecto en el escrito sobre Antonio Ruiz Retegui ya citado.

[8] “La inocencia solo puede ser suprimida por una culpa”, Kierkegaard, El concepto de la angustia, Espasa Calpe, Madrid, 1936, p. 37.

[9] Es lo que se expone en la novela de Kazuo Ishiguro, Lo que queda del día, Anagrama, Barcelona, 1990.



[10] Están recogidas las dos biografías en San Francisco de Asis, Escritos. Biografías. Documentos de la época, BAC, Madrid, 1991.

[11] Los papas que construyeron el Vaticano siguieron la convicción y la práctica de los emperadores romanos, glosada y ensalzada por Maquiavelo en El príncipe, de disponer la ciudad como un escenario para el poder. Cfr. G. Balandier, El poder en escenas. De la representación del poder al poder de la representación, Paidós, Barcelona, 1994.

EL CARDENAL RATZINGER Y LAS PRELATURAS PERSONALES

Publicado en Opuslibros por Daniel M., 22 de enero de 2007




En esta web se han presentado algunos escritos sobre la naturaleza -asociativa o jerárquica- de la prelatura personal del Opus Dei. Tema fundamental para la Obra es que se acepte de modo indiscutido su pertenencia a la estructura jerárquica de la Iglesia. Esta idea es repetida una y otra vez por el actual Prelado en toda comparecencia pública y además la expone a toda la prelatura como cierto en el “catecismo de la Prelatura”. Asimismo es difundida por sus miembros -de toda condición intelectual- en multitud de artículos, libros, páginas web y folletos de todo tipo.



Sin embargo, las autoridades de la Iglesia no parece que lo afirmen en ningún lugar. Y al decir esto último, tengo en cuenta el discurso de Juan Pablo II por las jornadas de la Novo millenio inuente de 2001, que carece del menor valor jurídico e interpretativo de la realidad de la Prelatura en la Iglesia. Para conocer esa realidad está principalmente el Código de Derecho Canónico que define claramente cual es su lugar en el Pueblo de Dios y que, por cierto, fue aprobado por Juan Pablo II para toda la Iglesia de rito latino.



Hoy trato de aportar algún dato más sobre la razón por la que las prelaturas personales están reguladas en el libro del “pueblo de Dios” en la parte 1 “de los fieles cristianos”, y no en la que ambicionaba el Opus Dei, parte 2 -“De la constitución jerarquica de la Iglesia”...


El deseo de D. Alvaro del Portillo y de D. Javier Echevarría era ver realizada la voluntad del Fundador San Josemaría Escrivá: que el Opus Dei fuera una prelatura de la Iglesia, la famosa "solución jurídica" por la que se llevaba rezando 50 años. Como no se pudo conseguir que fuera “territorial” -mediante la pequeña desagregación de un territorio de la diócesis de Roma, el que comprendía la “casa” de la Institución-, se acudió al nuevo concepto conciliar de Prelatura “personal”. Porque aún siendo “personal” no dejaba de ser prelatura; es decir, a los ojos de las autoridades de la Obra una “estructura jerárquica” de la Iglesia con cierta semejanza a las diócesis (y equivalentes).



Esta claro que si esto fuera así, el Opus Dei tendría hoy el más alto nivel de independencia dentro de la Iglesia que jamás orden religiosa alguna habría conseguido en dos mil años de historia.



Estuvieron muy cerca de conseguirlo. Hasta 1981 creyeron que no habría problema en obtener dicho status y ser incluidos dentro de la constitución jerárquica eclesial. Pero fue en una reunión de la comisión codificadora en octubre de 1981 en la que, tras deliberación de los cardenales, se decidió que las prelaturas personales no debían ser incluidas en dicha constitución jerárquica. Los cardenales interpretaron la realidad de las prelaturas personales, de acuerdo a la legislación conciliar y post-conciliar, de manera muy distinta a la que esperaban las más altas instancias del entonces instituto secular Opus Dei.



La Obra se opone desde entonces a la actual inclusión del título de las Prelaturas personales en la parte correspondiente a los fieles cristianos (antes de las asociaciones) tal como está ahora en el Código de 1983. Por su cuenta el Prelado (y la Obra en bloque) ha interpretado que este hecho fue un error fruto de “el empleo incierto de categorías eclesiológicas junto a otras de naturaleza técnica y canonística”, lo que resultó “una equívoca inserción sistemática de las Prelaturas personales que, aun teniendo una relevancia interpretativa y sustancial muy restringida, ciertamente no ayuda, al menos inicialmente, a la correcta comprensión de la figura”. Así lo afirmó el actual Prelado del Opus Dei, D. Javier Echevarría en el simposio internacional de Derecho Canónico de la Universidad Católica Peter Pázmány (Budapest 7-II-2005) titulado “El ejercicio de la potestad de gobierno en las prelaturas personales”.



La misma conclusión se puede leer en el libro “Introducción al estudio de las prelaturas personales” de Antonio Viana, Eunsa 2006 que consta como bibliografía básica sobre las prelaturas en la web oficial del Opus Dei.



Ambos, el Prelado y uno de sus más conocidos canonistas, no citan para nada a las personas que se opusieron a que la prelatura personal fuese parte de la estructura jerárquica. Quizás, por caridad no nombran a los que “erraron”. Pero la caridad no está reñida con la verdad. Además de que sigue vigente, supongo, aquello de que “no tengas miedo a la verdad, aunque ésta te acarree la muerte” como decía San Josemaría Escrivá en “Camino”.



Para averiguar el nombre de quienes insertaron de forma “equívoca” -según la Obra- la normativa de las prelaturas personales en la parte 1 sobre los fieles, antes de las asociaciones y no en la parte 2 sobre la constitución jerárquica; me han sido muy útil los comentarios al Código de Derecho Canónico de la BAC del ex-rector de la universidad Pontificia de Salamanca, D. Julio Manzanares, donde revelaba quien fue el cardenal presuntamente “errado”. Y así en el comentario al canón 294 nos dice:



“En cuanto a su naturaleza jurídica, ni es diócesis ni se asimila a diócesis. “la Prelatura personal, en el sentido del motu propio, no es una Iglesia particular sino una determinada asociación” (Card. Ratzinger). Prueba de ello es la sistemática misma del Código: trata de ella no en la parte segunda “De la constitución jerárquica de la Iglesia”, sino en la primera que habla de los fieles cristianos”.



Vemos pues, que era el cardenal Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI. También el canonista y sacerdote dominico Hervé Legrand nos comunica que fue él en una nota al artículo “Un seul évêque par ville” (www.catho-theo.net), que traducido al español dice:



“Se puede tener en cuenta que en 1981, el cardenal Ratzinger, se opuso con tanto vigor como claridad a la asimilación de la prelatura personal a una diócesis, véase su intervención acompañada de un memorandum en “ACTA ET DOCUMENTA PONTIFICIAE COMMISSIONIS CODICIS IURIS CANONICI RECOGNOSCENDO. CONGREGATIO PLENARIA DIEBUS 20-29 OCTOBRIS HABITA, TYPIS POLYGLOTTIS VATICANIS, 1981, pp 377-379, donde él no quiere que se confunda una diócesis con una asociación voluntaria susceptible de permitir incardinaciones. Para él el texto propuesto bajo el nombre de "prelaturas personales": “duas toto caelo diversas res subsumit, quod omnino eradicandum est, quia notionem Ecclesiae particularis corrumpit” p. 378.



Su crítica tiene por objeto evitar la confusión entre el derecho de comunión y el derecho de asociación, pero no significa un apoyo al principio territorial, ya que en un curso de teología enseñado ante un centenar de obispos brasileños, afirmará: "La figura del apóstol es la mejor refutación de una eclesiología que querría ser exclusivamente territorial. Representa individualmente la Iglesia universal", véase J. Ratzinger, “Zur Gemeinschaft gerufen." Fribourg-en-Brisgau, Herder, 1991, p. 41, traducción francesa: “Llamados a la comunión” París, Haya, 1993, p. 72.



He podido acceder al contenido de las actas y documentos de la CONGREGATIO PLENARIA DIEBUS 20-29 OCTOBRIS HABITA 1981. Lo hice para asegurarme sin la menor duda que era verdad lo que ambos canonistas afirmaban -por cierto, muy criticados ambos en la bibliografía del libro de Antonio Viana, jamás observé en ningún autor doctrinal semejante censura a los trabajos de quienes no defendiera sus mismas tesis-.



He aquí sólo dos párrafos de sus intervenciones en 1981:



“…sed e contra Praelatura personalis, in sensu M.P, non est Ecclesia particularis sed consociatio quaedam”. Página 402 de Congregatio Plenaria diebus 20-29 octobris habita.



“Hoc canone 341 servatur terminus Praelatura personalis; servatur, quia hic est sensu: solummodo aequiparatio Ecclesiae particular deletur. Et ratio mea est: hic habemus critérium voluntarium, et ad Ecclesiam particularem aliquis non secundum suam voluntatem intra; si haberetur critérium subiectivum, no fuisset Ecclesia particularis sed specialis, in qua omnes seipsos eligunt: Ecclesia quaedam electorum, et hoc non!. Página 403 de la citada plenaria.



Me parece que sería interesante que se pudiera traducir del latin al español el contenido total de las intervenciones del cardenal Ratzinger y exponer sus ideas para general conocimiento de los fieles de la Iglesia, especialmente de los que son o fueron miembros del Opus Dei.



Las remito digitalizadas a la web por si conocen a alguien que las pueda traducir al “cristiano”, valga la expresión humorística. Me gustaría que se explicase por qué el actual Papa opinó, y parece que todavía mantiene, que la prelatura personal es un tipo de “asociación”. Y porque la Obra dice lo contrario de Benedicto XVI y defiende a ultranza que es un fenómeno “jerárquico”.



Es evidente que un fiel cristiano tiene libertad para discrepar en lo legítimo, pero si en la Obra se practica la obediencia al superior de manera que no se discute lo que establece el Prelado -sería de “mal espíritu”-, ¿no debería a su vez el Prelado y sus asesores “obedecer” al Papa y seguir su criterio... también en esta materia? Pues obedezcamos y sometamos todos nuestro criterio canonístico a la opinión “superior” del Papa, que para eso lo puso Dios ahí.



Saludos, Daniel M.

domingo, 14 de enero de 2007

LOS MÉTODOS PASTORALES DEL OPUS DEI

Publicado en Opuslibros por Marcus Tank, 20 de noviembre de 2006





dedicado a EscriBa, por su valentía y sinceridad





1. Tomando pie en el magnífico y ponderado artículo de Manuel Ortuño que nos facilitó Compaq, me parece interesante glosar algunos aspectos de fondo que suscita. Hace ya tiempo que lo tenía en mente, como a todos los que habéis padecido las nefastas consecuencias de los modos habituales de actuar (gobernar) en el Opus Dei. El acceso a algo tan oscuro como los motivos inspiradores íntimos del fundador y de sus sucesores, así como a la verdadera entidad de la “acción pastoral” de la Prelatura, no es fácil si pretende conocerse en directo, pero resulta bastante claro si uno se aproxima observando las obras concretas más demostrativas: es decir, los medios empleados en esa pastoral.

En la actualidad es general la percepción, por parte de propios y extraños, de que en el Opus Dei no se pretende de hecho ejercer la caridad como lo primero, ni existe como línea prioritaria de gobierno, sino más bien el interés “utilitarista” de la Prelatura, definido y redefinido según conveniencias. Algunos miembros la practican por su cuenta, sin duda, pero con frecuencia se ven obstruidos en su libre ejercicio por las indicaciones teóricas y prácticas de la institución —a veces, verdadera estructura de pecado— que llegan hasta impedir un desarrollo de la amistad noble y auténtica entre los fieles. Resumiendo, lo que prevalece en el gobierno de la institución son sus intereses más opacos, que se identifican falsamente con la “voluntad de Dios”.

¿Qué explicación tiene todo esto? ¿Se trata de un proceso degenerativo habitual en las empresas humanas? No creo que sea éste el caso sino, más bien, algo mucho más preocupante y radical. A mi entender, se trata de la consecuencia natural de un desarrollo viciado de raíz. En el Opus Dei existe, según el diagnóstico más benigno, un notorio fanatismo: un fideísmo desvinculado de la verdad, de la razón, y del mismo Espíritu divino. O, dicho de otro modo, se ha “hipervalorado” de tal forma el supuesto carisma fundacional y la figura de su fundador que se ha llegado a “cuasidivinizar” todo, construyéndose un compacto edificio doctrinal y normativo sobre esa base falsa o, al menos, muy desenfocada.

La consecuencia más grave e inmediata es que se colocan al fundador y al carisma por encima de la autoridad y de la praxis eclesial, obviando el discernimiento de la Iglesia en temas tan nucleares. Si no ha ocurrido una ruptura formal, como en el caso del integrismo lefebvriano, sí se da una falta de comunión espiritual, canónica y pastoral: un funcionamiento independiente y al margen de la jerarquía ordinaria, autosuficiente, por mucho que se hable de unión con el Papa y los Obispos locales. Y esta percepción es lo que justifica que muchos acusen a la Obra de vivir o de estar organizándose de hecho como una “iglesia paralela” dentro de la Iglesia.



2. Pero la cosa no se reduce al puro fanatismo religioso que, hoy por hoy, es ya tildable de “locura colectiva”, pues la mentalización institucional hace que muchos sean poco conscientes del hecho. El obrar desviado llega hasta la deshonestidad (inmoralidad) en las prácticas de esta institución “de” la Iglesia, pues no se corta para utilizar el engaño, la calumnia, la coacción, el maltrato, las manipulaciones graves de la verdad histórica, las acomodaciones y “replanteamiento” del espíritu fundacional, y un largo etcétera, en el que cabe añadir hasta el empleo de medios ilícitos de espionaje e información. No exagero lo más mínimo. Hace años me parecían disparatadas e imposibles este tipo de afirmaciones, pero ahora las hemos experimentado de cerca en toda su crudeza.

Resultaría fácil probar una por una las afirmaciones que acabo de hacer, pero sería demasiado largo. Por eso, lo que ahora me propongo es simplemente ofrecer un contraste entre la actividad real del Opus Dei y la pastoral cristiana auténtica, la que vemos en Cristo y en su Iglesia. Sinceramente digo que no he llegado a la explicación última de lo que pasa o está pasando en el Opus Dei: para ello tendría que estar en la piel del fundador, o de su primer sucesor, o tal vez conocer los documentos históricos —si existen— más comprometidos. Pero sí puedo intentar una explicación penúltima de lo que realmente es el “talante real” de la Obra, aunque soy consciente de que sólo los muy informados ab intra podrán compartir mi diagnóstico sin sorprenderse.



3. Evidentemente, el carisma de santificación en las realidades seculares es muy atractivo para los cristianos y es un carisma sin duda divino, pues incluso lo ha ratificado el Concilio Vaticano II. No pongo en duda que un planteamiento así de la espiritualidad provenga de inspiración divina. Lo que resulta problemático es que una “infusión divina” de tan hondo calado y proyección no conlleve en la persona receptora unas disposiciones mínimas de honestidad, de sentido sobrenatural y rectitud. De entrada, esto me parece simplemente extraño.

Desde luego, hay que aceptar la posibilidad de que la realidad haya sido ésa, según la probada experiencia del obrar divino en la historia. Es verdad, en efecto, que muchos grandes personajes del Antiguo y del Nuevo Testamento que recibieron gracias muy especiales —patriarcas, profetas, apóstoles— no fueron grandes santos y, a veces, sus vidas dejaron mucho que desear desde el punto de vista moral. Este hecho ciertamente reafirma la gratuidad de los dones divinos y su acción histórica independiente de las cualidades personales de los elegidos.

Y también es cierto que el carisma del Opus Dei, de santificación en lo secular, no es monopolio de su fundador, ya que fue suscitado igualmente con anterioridad a su acción pastoral y en muchos otros lugares del mundo. Es verdad que ninguna organización lo ha impulsado con tanta “eficacia”, hablando al modo humano, y quizás Dios haya querido utilizar las “manías de grandeza” de Escrivá o su talante emprendedor y organizador para su promoción.

El fundador del Opus Dei fue sobre todo un gestor con ínfulas de poder y una gran capacidad de adaptación, no tanto una persona de principios. Su extraña personalidad, y la fanática sobreprotección por parte de Álvaro del Portillo, le llevaron a manipular la verdad histórica de su biografía y de la misma institución que fundó. Pero tapar, o negar, las enormes deficiencias personales del fundador —como él mismo y sus sucesores han hecho— para “proteger” el carisma, carece de todo sentido: las obras de Dios y su fuerza relucen más genuinas en contraste con las limitaciones de sus portavoces humanos. No suplantemos, pues, a Dios. La Sagrada Escritura no se recata en manifestar los defectos y pecados del mismo San Pedro.



4. Pero vayamos al tema de los medios que emplea y ha empleado el Opus Dei para su desarrollo. Las acciones de Escrivá y sus colaboradores en los primeros tiempos fueron muy “políticas”, casi de nacional-catolicismo, por no decir de tendencia “fascistoide”, aunque pretendieran ser de sólo fines espirituales. Él personalmente estaba suscrito al periódico más integrista que se editaba por aquellas fechas. El ambiente de los años treinta y posteriores en España lo facilitaban sin duda, aunque también había gente de talante bastante más abierto entre los cristianos convencidos: Pedro Poveda es un ejemplo. No olvidemos que los valores y las añoranzas heroico-idealistas del ya muy lejano Siglo de Oro español pervivían en muchos. Y así el nacional-catolicismo era el paradigma de religiosidad más extendido por la “España católica” de aquellos tiempos.

Todo quedó reflejado en Camino y en los escritos de los primeros, hasta bien entrados los años cincuenta. Un hombre como Rafael Calvo Serer, que no se caracterizaba precisamente por la cerrazón, escribía —en La fuerza creadora de la libertad— cosas como éstas:

"Frente a la negación de la Teología, que está en la base del marxismo y frente a la Teología deísta, que según Rüstov, fundamenta al liberalismo capitalista, el cristiano ha de aplicar los principios de subsidiaridad y solidaridad, fundados en la imagen cristiana del hombre como ser social. A nadie que esté a la altura del tiempo le podrá sorprender que en España mantengamos la fe en la aplicación política de la doctrina católica, que es consustancial con el espíritu de la Victoria. Con la unidad católica como axioma nacional y de acuerdo con una filosofía cristiana de las estructuras sociales, es como hay que ir haciendo carne y sangre de nuestra vida pública el anhelo de justicia" (pp.64-65).

La mentalidad de activista cristiano del fundador y sus posiciones integristas en la defensa de la fe, tipo “cruzada”, prevalecen sobre los aspectos más espirituales del carisma. Primero se habla de conquistar los ambientes intelectuales y universitarios, combatiendo a la Institución Libre de Enseñanza. Para nada se oye hablar de la santificación del trabajo: éste es un discurso de los años sesenta, con el que más tarde se pretenderá rehacer la historia del pasado —¡como si esto fuera posible!— y, desde la perspectiva canónica, se habla de santidad pero en el contexto de los “estados canónicos de perfección” aunque en medio del mundo y, por tanto, mediante la práctica de los consejos evangélicos.

Así, poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas se entiende en la práctica como conquistar y dominar para Dios todas las estructuras sociales: la cultura, la ciencia, la política, la economía, los lugares de poder fáctico. Como después se demostró en la práctica, el acceso para el control de esos ámbitos seculares era y es una pretensión corporativa, pretendida y organizada: en su momento —sobre todo en España— fueron cátedras universitarias, editoriales, periódicos y revistas, el CSIC, bancos o la creación de sociedades financieras interpuestas, o también la ocupación de puestos políticos y de la Administración del Estado.

Nada de esto es una “teología de la secularidad”, y menos de carácter espiritual, sino pura acción monista “político-religiosa” o “religioso-política”, según convenga mirarla. Será Hans Urs von Balthasar, sobre todo, quien haga una crítica de estos enfoques abriendo paso a una verdadera teología del laicado, en la estela de Yves-Marie Congar y otros, al tiempo que proponía una “teología específica” para los institutos seculares: cf. Sponsa Verbi pp.417-51 sobre la teología de los institutos seculares, publicadas primero en 1956. Y en este contexto han de situarse sus críticas al Opus Dei de la España franquista, a comienzos de los años sesenta, de las que nunca se desdijo: al contrario de lo que suelen repetir vagamente muchos fieles de la Prelatura, sin saber exactamente de qué hablan. Hoy, con la perspectiva de lo ya acontecido, bien puede decirse que aquellos escritos fueron realmente proféticos.



5. No es necesario abundar en lo que de sobra se sabe. Sólo alguna puntualización a modo de ejemplo. Antonio Pérez, que fue uno de los más altos responsables del Opus Dei, ha comentado su intervención directísima en la configuración de estas tramas de poder fáctico, político y financiero. Gregorio Ortega se trasladó a Portugal para organizar allí otro tanto. Se compran y se crean bancos. Y, por ejemplo, tres miembros numerarios, con cierta experiencia en esos negocios, intentan montar el “Banco Andorrano” por indicación de los Directores: ¿por qué Andorra y no Valencia, o bien otro lugar? La razón es que buscaban modos de sacar grandes cantidades de dinero de España, con destino a Roma y a otros países. Esto se realizó luego, en buena medida, a través de las sociedades financieras constituidas en Portugal o también con empresas tipo Matesa.

En sus Memorias, Eugenio Trías ha relatado que, durante un verano trabajando en la Comisión Regional en Alemania, le encargaron hacer fotocopias de notas provenientes de la sede central de Roma, cuyo destino eran las distintas regiones. En una de ellas, para su escándalo, se decía a quienes tuvieran influencias que procurasen colocar a gente de la institución o afectos a ella en cargos de poder. Y podríamos seguir. Ahí está la conocidísima Fundación General Mediterránea o la del Banco Popular, que en buena parte se han dedicado a sufragar inmuebles y otros gastos del Opus Dei con enormes cantidades de dinero. Y en países como Holanda, por citar ahora algo muy actual, se utilizan formas análogas para canalizar los ingresos y aportaciones de los fieles —numerarios, sobre todo— y evadir así impuestos.

En fin, las connivencias con el poder político en España llegaron a ser tan ostensibles y a levantar tanta polvareda que la Santa Sede tuvo que advertir al fundador de que no siguiera por ese camino. Se quiera o no, un periódico o una revista de la institución —aunque fuera sólo titular por intermediarios— nunca será independiente: recuérdese, si no, lo que Agustina cuenta a propósito de Telva y de ciertos anuncios. Son hechos que ponen en evidencia la organización y el control de los medios de comunicación “desde arriba”.

Hacerse con un medio de comunicación o con una entidad financiera, lo mismo que la participación organizada en la política, no surgen espontáneamente. En una universidad, un colegio o una empresa promovidos y controlados por el Opus Dei, se hace siempre “lo que mandan” (e interesa a) los Directores de la Obra, aunque luego se diga que la institución tiene sólo una finalidad espiritual. Es más, a cualquier fiel del Opus Dei —aun trabajando en un puesto público o privado independiente de la Obra institucional y sus organizaciones— le es muy difícil sustraerse a la influencia de la institución en su ámbito profesional, en interés del Opus Dei, porque su teórica libertad profesional está condicionada por la “obediencia ciega” que de él se reclama en la así llamada dirección espiritual personal.



6. Por su formación y personalidad, el fundador concebía el reinado de Dios en el mundo como resultado de la instauración de unas “estructuras humanas cristianas”: leyes, cultura, información, poder económico, ordenamiento de la sociedad, costumbres, etcétera. Pero esto es una equivocación, porque el Reino de Dios non est de mundo hoc (Ion 18,36), no es una institución de este mundo, decidida por una acción productiva del hombre, sino un don de Dios. El Reino es interior: intra vos est (Lc 17,21), está dentro de vosotros. Y ni siquiera el Reino puede identificarse con la Iglesia peregrina.

El Reino de Dios se despliega en el corazón de las personas santas. La presencia y acción divinas animando el corazón de los hombres hacen que las acciones humanas y sus instituciones “se cristianicen”: es decir, queden informadas por la caridad de Dios. El crecimiento y la fecundidad de la Iglesia no es obra de hombres, como si se tratase de una empresa humana, sino del Espíritu. Y al Espíritu no se le puede forzar: se le ruega, se le descubre, pero no se le manipula, ni se le compra (simonía). La “divinización” de lo humano (la salvación) está en estricta dependencia de Dios. Todo esto es elemental en una noción sacramental de la Iglesia.

Pretender la instauración del Reino —de la vida cristiana— como resultado de una acción humana “empresarial”, algo programado y ejecutado con medios de poder fáctico, es olvidarse de lo más elemental del Evangelio y de la vida de Jesús: es olvidarse de su diálogo con Pilatos, en el momento decisivo. Nunca el Señor pretendió crear instituciones humanas de poder, ni amparar su fuerza en los poderes humanos. No empleó la espada, no se metió en políticia, no creó asociaciones culturales. Jesús constituyó su Iglesia con una estructura sacramental para comunicar la vida divina, haciendo presente así —por los sentidos, y en cada tiempo— su acción salvífica. Y todo ello se fundamenta en el don divino, en dependencia constante de la gracia de Dios: la gratuidad del amor de Dios es su característica, no el “poder humano”.

Volver la ecuación en sentido inverso es hacer depender a Dios de los hombres, quedándose en el mero plano de los intereses temporales. Sería pretender sustituir una “estructura humana” teóricamente mala (“anticristiana” o empecatada) por otra de signo aparentemente distinto, pero también humana, que de por sí no es capaz de obrar la justicia divina. En el fondo, sería cambiar un totalitarismo por otro: ese no abandonar el plano “humano” del poder fáctico es uno de los errores comunes a las religiones sólo “humanas”, que por eso resultan siempre de corte autoritario y absolutista. Sería —parafraseando a von Balthasar— meter a Cristo en el mundo como tigre, a la fuerza, pero no como el Cordero degollado que lava los pecados en el sacrificio de su muerte y atrae a todos hacia sí. En definitiva, sería una sustitución de Dios por la acción del hombre, como propugna la herejía pelagiana, cuyos rasgos caracterizan no pocos aspectos de la “espiritualidad” fomentada en el Opus Dei.



7. Pero la cosa no se reduce a un problema de espiritualidad trasnochada o mal entendida. Recuérdense esas palabras de Camino y de una de las cartas fundacionales de Escrivá en las que invita a reflexionar sobre el modo de actuación de los enemigos de Cristo: ¿No ves cómo proceden las malditas sociedades secretas?, dice. Y los sigue describiendo como personas que preparan cuadros de mando y trazan sus malévolos planes secretos para dominar, someter, para actuar contra Cristo. Si interpretamos a contrario sensu, no es difícil advertir que en el fondo Escrivá está invitando a contrarrestar esa acción utilizando las mismas armas pero con fines buenos. Y ahí está la clave para entender su “proyecto fundacional”.

Ese mimetismo explica que Escrivá haya creado sobre todo una organización humana con fines humanos, disciplinada sobre el epicentro de su persona —como un ejército en orden de batalla, solía decir— y con unas normas y un gobierno nada transparentes, a fin de no mostrar sus debilidades. No son éstos medios evangélicos. ¿El mejor camino para ese resultado deseado? La “divinización” de todo: de su persona, su institución, su espíritu. En el mejor de los casos, el resultado es sólo una organización opaca al servicio de la fe, que usa las tácticas del secretismo (ahora llamado discreción) y hace gala de un autoritarismo totalitario, férreo, con el pretexto de la “unidad de espíritu”. Ahí todo es “empresarial”, con quinquenios incluidos, como decía EBE. Pero la realidad “creada” acaba siendo poco o nada acorde con el “espíritu del evangelio”: ésta fue la certera intuición de von Balthasar en su crítica. La experiencia ha mostrado luego que se da como una sima entre los grandes principios espirituales (sobrenaturales) enunciados y la realidad práctica.

¿Cómo entender que se haya llegado a estos extremos? Mi opinión es que la cosa está más allá de las limitaciones de formación teológica del fundador y tal vez deba buscarse la explicación en su personalidad: la opacidad y la incoherencia constantes no se explican sólo por ignorancia, por falta de ciencia teológica. En el “proyecto fundacional” está que lo primero es la Obra y después las personas: si no en la teoría, sí en la práctica. La organización es lo que interesa, lo que hay que proteger y defender aun a costa de las personas y, por desgracia, aun de la verdad misma.

De este modo, la llamada “formación en el espíritu” acaba siendo un bloque absolutamente compacto que todo lo prevé para “configurar” o moldear a las personas de un modo determinado: el que en cada momento “interesa” a la institución, pero con independencia de la verdad sobre las personas y las cosas. ¿Por qué tantas y tantos se agobian y visceralmente rechazan, de modo consciente o inconsciente, los periodos intensos de esa formación específica: cursos anuales, cursos o días de retiro, convivencias de Consejos Locales? Para mí está claro: porque son momentos de “concentración de ideas malsanas”. Y se da como un rechazo espontáneo.

El proceso es lógico: esos “medios de formación” suelen carecer habitualmente del atractivo de lo verdadero. La verdad no resplandece porque no se busca en sí misma: al contrario, es sustituida por el interés “sectario”. Incluso en los enfoques ascéticos generales de la espiritualidad —el contenido de los guiones que deben glosarse— desaparece la belleza de la verdad: no atraen porque de hecho responden a una “espiritualidad” manipuladora o manipulante, que además suele buscar respaldo en los enfoques institucionalistas de otros tiempos, pero ignora las mejores aportaciones del magisterio eclesial y de la teología del siglo XX. Por eso “no llenan” el corazón y provocan rechazo. Así es como el Opus Dei institucional ha acabado por generar ambientes cerrados y rarefactos, que inducen a la angustia y a la depresión.

Esto mismo puede verse a la inversa. Cuando la formación se despliega en libertad y no contaminada por el “sectarismo” que pone los intereses de la institución por encima de todo, cuando se abre a las enseñanzas libres de la Iglesia, entonces la angustia desaparece. Y es que entonces desaparece de hecho la manipulación psicológica, tanto si los ponentes de los temas son brillantes como si son mediocres.



8. Por tanto, el llamado “espíritu” no es más que una “excusa” verbal y práctica para asegurar la dominación de las personas y someter sus conciencias: nada tiene de “espíritu”, y sí mucho de organización espuria. En caso de resistencia, justifica incluso la acusación de soberbia, si es que ya antes no se ha emprendido el camino de fomentar la bajo autoestima en esos fieles peligrosos. Piénsese, si no, en qué exige el “espíritu”: se reduce siempre a normas o criterios de obligado cumplimiento, que son puro control y disciplina de los fieles. Las personas son de hecho manipuladas, pero no ayudadas ni “acompañadas” en su vida espiritual.

Esto viene a confirmar la mayor importancia de la “gestión” (organización) frente a la espiritualidad. Y explica también que, después de tantos años de andadura histórica del “carisma”, apenas se haya profundizado teológica y filosóficamente en ninguna de las supuestas líneas medulares de la propia espiritualidad. Por eso es de gran utilidad hacer ahora el contraste entre los “medios” del Opus Dei y los medios evangélicos, pues la comparativa desvela mejor cuán lejos de la pastoral eclesial quedan todas las prácticas de esa Prelatura personal.

¿Qué medios empleó Cristo y emplea su Iglesia? Jesucristo mueve a la conversión mediante la comunicación de la verdad íntima de Dios, las obras de caridad y de misericordia, por la amistad: no os llamo siervos sino amigos, dice a los apóstoles en su despedida. La rectitud, el servicio, la abolición de toda clase de esclavitudes, el respeto exquisito a la libertad sin coacciones, el perdón, ésos son los medios evangélicos: en definitiva, el testimonio de que Dios nos ama en Cristo, que no vino a juzgar ni a condenar sino a morir por todos los pecadores.

¿Qué medios emplea el Opus Dei en su acción “espiritual” institucional? El enfoque es por demás “humano”, muy de organización humana secreta, sin apenas transparencia, sin objetivos desinteresados, con una amplia tradición de engaños y manipulaciones a sus fieles y a la jerarquía de la Iglesia. Ha sido un desarrollo de fanáticos, si no de locos, lleno de discontinuidades en las actitudes básicas, de acomodaciones y de “redefiniciones” del carisma. Mentir sobre las mismas realidades supuestamente fundacionales me parece de una incoherencia poco compatible con la conexión con Dios. La sencillez es una característica de las gentes de Dios, pues sin esa disposición es difícil recibir nada de lo Alto.

Pero es que la cosa llega a más. Por el puro interés de la institución se realiza una praxis vocacional utilitarista, también la sacerdotal, de coacción moral y psicológica de las conciencias, sin detenerse en el respeto al futuro existencial de las personas, ni en el discernimiento del verdadero querer de Dios. Esto es tan monstruoso, que resulta increíble. Pero el hecho es que, en nombre de Dios, se obliga al sometimiento total de la persona a la institución representada por el Prelado y sus Directores, cuyos actos jamás son transparentes. Y después, a quienes pudieran deteriorar la imagen de ese “Opus Dei” por sus negativas experiencias, se les calumnia, se les difama o se les denigra, sin ningún reparo moral.

No existe ningún respeto a la intimidad de las personas, ni a su libertad ni a su autonomía en materias de conciencia, como exige la doctrina de la Iglesia. El empleo de penas canónicas contra derecho para presionar a los sacerdotes está a la orden del día. Se llega a extorsionar y a espiar a la gente con métodos que son delictivos, desde el punto de vista civil y canónico, Baste recordar lo que el fundador en persona hizo con Carmen Tapia, los interrogatorios tipo Gestapo, y con tanto otros como Gregorio Ortega, por ejemplo. Hoy se controlan los números de teléfono con los que se habla desde un centro o desde los móviles, si es posible; la institución se entromete delictivamente en las cuentas privadas de correo electrónico o en ordenadores y agendas, o se contratan los servicios de investigadores privados para “espiar”, porque pocas cosas quedan fuera de sospecha. Y podría seguir describiendo conductas con un largo etcétera de comportamiento de cloacas, practicados por quienes hacia fuera muestran una piel de mansos y afables corderos.

¿Pueden ser calificados de “evangélicos” estos “medios”? ¿Son aceptables en la pastoral eclesial que la Jerarquía ordinaria ha confiado a la Prelatura Opus Dei? ¿Existe algún fin sobrenatural que justifique ese tipo de actuaciones? Repugna ya formular las preguntas, pues las respuestas son obvias, sin alternativa. Esas actitudes son más propias de una trama mafiosa que de una organización eclesial, que debería asumir la caridad y la justicia como norte de su obrar.



9. Es difícil comprender por qué personas “responsables” se comportan de ese modo: ¿en qué “labor” están?, ¿en qué cabeza cristiana cabe que sean lícitas esas obras? Pero la verdad es que, en el Opus Dei, siempre se ha actuado así: se hizo con Panikkar, con Carmen Tapia, con María Angustias Moreno, y con tantos otros menos conocidos. En estos últimos años, porque ya hay mucho que ocultar y se multiplican los problemas para la dirección de la institución, las verdaderas motivaciones están quedando más al descubierto: la corrupción se está haciendo impúdica al llegar a los niveles inferiores, ya que los puestos son cubiertos —por pura necesidad práctica— con gente dispuesta a obedecer en lo que haga falta, sin apenas personalidad ni autonomía de conciencia. Y esto, en efecto, tiene la ventaja de que permite advertir sin filtros disimulados las intenciones de la cabeza.

Sí, hay algo más que un simple deseo “equivocado” —en los modos— de que Cristo “triunfe” en el mundo: se desea el triunfo del Opus Dei a toda costa, usando para ello los medios que sean necesarios, sin mirar si son buenos o malos, evangélicos o antievangélicos, porque si son ad maiorem Operis Dei gloriam tendrán el marchamo de la complacencia divina. Pero pretender la cristianización con métodos que no sean estrictamente evangélicos es hoy un enfoque doctrinalmente superado, infantil, trasnochado, producto de un “idealismo” humano más que de un auténtico sentido de fe. No negaré que la acción puede obtener algunos éxitos parciales, aparentes, pero para mí es obvio que será incapaz de promover un auténtico “crecimiento del Reino de Dios” en las almas, pues lo que Cristo viene a instaurar no son estructuras sociales.

Los enfoques corporativistas de la Prelatura no pueden funcionar porque no son ya ni cristianos: están viciados de raíz por su marginación de la persona. Al final, acaba siendo una pastoral que prevé empresarialmente fines, calcula conveniencias y objetivos, valora luego resultados, pero margina la directa acción de Dios. Es esto lo que lleva a la destrucción de las personas, a no preocuparse por la caridad y, más tarde o más temprano, a una ofuscación que hace posible emplear métodos sectarios, mafiosos y delictivos, sin una particular conciencia de inmoralidad.

¿Pueden entenderse estas actitudes como fidelidad al fundador? Es posible que sí, si él actuó también de esa manera y, de ahí, la importancia de no manipular los hechos la historia. Pero es obvio que esos comportamientos nunca son ni serán actos de fidelidad a Jesucristo, ni a ninguna voluntad divina. Hoy tenemos a la vista de todos el luminoso ejemplo de Juan Pablo II pidiendo perdón por los abusos y pecados de los cristianos y de la misma Iglesia institucional, por haber utilizado “métodos no evangélicos” al servicio de la fe, por las aquiescencias tácitas o expresas con la intolerancia y la violencia al servicio de la verdad.

Tal vez algunos deberían releer con frecuencia algunos párrafos de la carta apostólica Tertio millennio adveniente, donde ese gran Papa decía: “Es justo que (…) la Iglesia asuma con una conciencia más viva el pecado de sus hijos recordando todas las circunstancias en las que, a lo largo de la historia, se han alejado del espíritu de Cristo y de su Evangelio, ofreciendo al mundo, en vez del testimonio de una vida inspirada en los valores de la fe, el espectáculo de modos de pensar y actuar que eran verdaderas formas de antitestimonio y de escándalo» (n. 33). ¿Es el Opus Dei una excepción inmaculada en esa historia? ¿No ha llegado acaso el tiempo de que esta institución reconozca con sinceridad sus propios “demonios familiares”, que tantos males y tantos estragos han venido causando a tantos? ¿No estamos acaso en un tiempo eclesial (providencial) de purificación, que sí es verdadera Voluntad divina?